HISTORIAS DEL EURIBOR (IV)


           

 

                          YO LE FIRME LA HIPOTECA A BLANCANIEVES

 

Una de las sorpresas que tiene este trabajo, es que nunca sabes casi nada del cliente. A duras penas, el nombre y a veces, este está también mal.

Pero  hay ocasiones, que no se trata de erratas ni de equivocaciones por parte de quienes nos lo comunican. A veces, la realidad supera en mucho a la ficción.

Además de nombres raros autóctonos, como Rudesindo, Marciano, Teotiste y demás genuinidades de nuestro santoral, añádase los nombres que nos vienen de fuera.

 

Para empezar, los nombre de los clientes africanos. Nunca sé si son del género femenino o masculino, hasta que entro en sala. Nwegunga, Bwambale… Y demás son impronunciables.  No digamos los chinos. Nunca sé si Jing será una mujer o un hombre. Así que, a la media hora de estar dirigiéndome a un tío barbilampiño de ojos rasgados, como señor Jing, resulta ser que el tal Jing es una mujer de pelo oscuro y atributos meramente femeninos. La cara de gilipollas que se le queda a una, es así pequeña.

Es como llamarle Maria Antonia a un estibador del puerto de Vigo.

Pero estos casos, aunque embarazosos en un principio, suelen ser habituales en el día a día. Y ciertamente, ya das por hecho que no vas a acertar ni en mil años a la primera y lo asumes como un caso perdido.

 

Otra variedad de nombres que dan mucho juego, son los nombres de la gente iberoamericana. Es fácil encontrarse con titulares de operaciones como Washington Ramírez, Harry Gutiérrez, Elizabeth García, etc.…

 

Vamos, anglosajones de toda la vida…

 

Pero peor son los apellidos. Hablando el mismo idioma, es llamativo ver cómo una palabra puede significar una cosa u otra en cada país.

 

Eso ocurrió en la firma de Diego Capitán y de María Chochos. Fue una de las firmas con mayor pitorreo por decirlo fino, a las que he asistido. Para mayor INRI, Don Guillermo no estaba avisado de ante mano.

Don Guillermo Hernández de Ávila es un buen notario. Está en la parra, pero es buen notario. Si este hombre se hubiese dedicado a la ciencia, es muy probable que el laboratorio donde hubiese ejercido, estaría hoy en día, en órbita. No conozco a nadie tan despistado y ensimismado cuando está trabajando.

Pero eso que se ha ahorrado la ciencia y las compañías de seguros. El problema más gordo que puede ocurrir, es que se rompan cincuenta hojas de papel timbrado. Pero este percance ya está contemplado en el balance dentro del asiento dedicado a pérdidas y ganancias.

 

Este era el panorama. El matrimonio Capitán – Chochos esperando a la lectura de su escritura y yo, expectante a la reacción del notario…

La chufla estaba asegurada. Así fue. Cuando el notario dio paso a comprobar los NIES de los comparecientes, pensando qué, su oficial había cometido un error mecanográfico, la cara de Don Guillermo cambió de la sorpresa a la jocosidad. Jamás este escribano tan minucioso ha leído una escritura de forma tan veloz. La carcajada se le escapaba como las lorzas de un gordo por las costuras de un traje mal acabado. Y firmamos. Claro que firmamos, a la velocidad de la luz. Nadie puede aguantar la risa por tiempo indefinido y el deseo de todos es que esta buena gente se marchara cuanto antes.

          Parece el superhéroe de un sexshop – decía la oficial – ¡Capitán Chochos al rescate!

 

Fue uno de esos días que vas a trabajar, pensando que te van a cobrar y no a pagar por tu labor.

 

Los nombres equívocos en español también dan mucho juego. Encontrarse con alguien que se llame Rosario, Trinidad, no te da garantía de conocer el sexo de antemano.

Y más hoy en día, que a los padres les ha dado por colocar a los críos nombres foráneos pero muy rimbombantes, como lo es Ariel.

A parte de que se le condena al niño a ser confundido con una oferta de la sección de droguería de algún supermercado de por vida, es ambiguo.

Mi jefa, siempre haciendo amigos, apareció en el cumpleaños al que habían invitado a su hijo con un bolso de Princesas Disney como regalo para la homenajeada.

La sorpresa fue que Ariel era un niño, de esos brutotes de siete años, hiperactivo y dado a las pillerías. Supongo que, cuando Ariel cumpla treinta años y haga terapia con algún psicólogo, le narrará ese episodio de su infancia, como algo que le marcó y le condenó a ser la persona que será entonces. Y después de sacarle un pastón por las sesiones, le dará la solución del porqué Ariel tiene la tendencia de probarse ligueros en la intimidad.

 

Otro día glorioso de trabajo, producido por un nombre ambiguo fue cuando firmamos la hipoteca a Don Pilar. El buen señor llevaba con resignación cristiana la peregrina idea que tuvieron sus padres cuando le dieron de alta en el Registro Civil. Su madre, como buena aragonesa hizo una promesa a la Virgen del Pilar. La mujer tenía problemas para quedarse en cinta y tras muchas súplicas y velas dedicadas a su virgen, le prometió a esta que, la primera hija que concibiese, recibiría el nombre de la Patrona de su tierra, como agradecimiento por la gracia obtenida. Y claro que concibió. Ocho varones y ninguna fémina. Y en su ánimo estaba cumplir la ofrenda que en su día le hizo a la Madre de Dios así que, al quedarse embarazada por novena vez, decidió que, fuera cual fuese el sexo de su hijo venidero se llamaría Pilar.

 

Así que, ahí teníamos al objeto de la promesa, firmando la oferta vinculante.

Por supuesto, el notario le llamó en repetidas veces Doña Pilar, pero el buen hombre, no se lo tomó a mal. Debía llevar sesenta años aguantando la misma equivocación.

 

Quizá el caso más peregrino de nombres embarazosos y jocosos fue el de hace unos días. Mi sorpresa fue cuando consulté la carpeta con la documentación que nos facilitaba el banco.

Un crédito de 300.000 euros… treinta años… seis por ciento de interés… finca libre de cargas…Todo dentro de la normalidad hasta que me topé con el nombre del titular:

Blancanieves Ferrán Olmeda.

 

Ya iba predispuesta a la guasa desde que salí esa mañana de la oficina.

Llegué con cierta antelación a la notaría. Mi mayor preocupación, era como abordar a la cliente. Ya he comentado que no se le conoce a esta, hasta que estás en pleno fregado. Pero había algo que no iba a hacer y eso era empezar a llamar en voz alta ¡Blancanieves, Blancanieves!, por mitad de la notaría. Una, tiene su pundonor. Esperaría a que la cliente se diera a conocer.

Entré al despacho del oficial, intentando disimular la sonrisa.

          ¡Hola Paco, buenos días! – ¿llevas tú la firma de Blancanieves?

          Si  -me contestó mirándome divertido – pasa, pasa y la cotejamos.

 

Cotejar es la labor que se hace siempre antes de que el notario pase a leer. Comparamos la información que nos ha facilitado el Banco y si hay algún dato que no concuerda, hay que corroborarlo y comprobar que no es erróneo antes de pasar a la parte final de la firma, que es la lectura.

Así que empezamos a “cantarnos” los datos. Pero Paco es tan coñón como servidora y empezamos a desbarrar

 

          ¿Hay avalistas? – me preguntó

          No lo sé – le dije – déjame que mire las instrucciones. Si – le contesté – Mudito firma por poderes, dime tú como se explica si no la criatura…

Los otros seis, comparecen.

 

Las carcajadas se oían por el pasillo y por prudencia cerramos la puerta del despacho.

 

          ¿Tiene separación de bienes? – continuó preguntando.

          Sí – le contesté – están inscritas en el registro de Nunca jamás

 

Más carcajadas.

Efectivamente, estaba en separación de bienes la clienta.

          Esta no se fía ni de El Príncipe Azul – dijo Paco

          Están los tiempos para fiarse y menos, de la realeza – le contesté.

 

Seguimos cotejando

          ¿Sabes la finalidad del préstamo? – me preguntó el oficial.

          ¿Pagar a un sicario para que se cargue a la Madrastra?

 

Es una faena cuando entra la risa floja. Ninguno de los dos podíamos parar y en ese instante, entró la chica de la recepción para avisarnos que la cliente ya había llegado.

No estaba yo en condiciones de darme a conocer. Empezando porque tenía los ojos llenos de lágrimas y mis ojos parecían los de un mapache con orzuelos, negros por el rimel corrido e hinchados.

 

          Dame cinco minutos – le dije a la recepcionista – para que me arregle un poco en el baño.

          No te preocupes – contestó Pepa – le diré que esperamos la Nota del Registro.

 

Cuando salía del despacho de Paco, este, maliciosamente empezó a canturrear en voz baja:

I go, I go…

 

Recompuse como pude mi aspecto, pretendiendo aparentar seriedad. Ensayé algunas muecas circunspectas ante el espejo y me dije:

 

          ¡Vamos allá y que sea lo que Dios quiera!

 

Entré en la sala y pregunté en voz baja

          ¿Blancanieves?

          Llámame Blanca, por favor – me dijo con voz aguardentosa la señora que me esperaba.

 

Resultó al final, que Blancanieves no tenía ese aspecto candoroso que yo había imaginado desde el principio. Era una mujer con los redaños bien colocados. Dura de facciones y empresaria de la construcción. Le faltaba mascar tabaco y llevar un mono de faena.

Acongojaría a la misma Madrastra del cuento, eso es seguro.

 

Terminó sin más incidentes la firma. Y respiré tranquila cuando salió la buena mujer de la notaría. Me terminé por relajar mientras comunicaba la firma para que la contabilidad del banco, diese la operación de alta.

Mientras esperaba la confirmación por escrito, de que el reporter había llegado bien por el fax, me avisaron. Tenía una llamada.

 

Mi jefa, siempre tan oportuna.

 

          ¿Puedes hablar? – me preguntó. Es que quería saber si tú te acuerdas de una firma a la que asististe hace dos meses y que si recuerdas si la provisión de fondos incluía también la cancelación de la carga  y …

 

Me armé de paciencia. Mi jefa se piensa que tenemos memoria fotográfica para los datos y que nuestros cerebros son como un scanner donde quedan impresos miles de números. Le corté de forma tajante.

 

          Adela, voy ya para el despacho. Miraré el expediente y las anotaciones de la firma y te confirmaré in situ los datos.

          ¡Vale, vale! – respondió – era por si tú, de cabeza…

 

Vuelta la mula a la noria. Es una mujer incansable. Si se hubiese decidido a ingresar en las milicias, ni dudar que lo hubiese hecho en el cuerpo de Zapadores. Mina la paciencia de cualquiera. Y yo, por ese día, ya había tenido suficientes cuentos.

 

 

 

 

 

 

 blancanieves

 

  

 

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

Una respuesta a HISTORIAS DEL EURIBOR (IV)

  1. yolanda dijo:

    Me he descojonao, lola…
    buenisimo, como siempre

Deja un comentario